El profeta le pidió la guitarra al buen
callado, la tomó y extendió su mano hacia a mí, dándome su churro.
-Te presto mi máquina del tiempo.
La tomé y absorbí su esencia. ¿Y para qué
quería yo una máquina del tiempo? ¿Para evitar los momentos en que fuiste tan
mierda? ¿O para caminar en un campo donde siempre hay fresas, comer algunas que
me hagan alucinar y seguir mi camino hasta llegar a un lugar que me haga
olvidarme, por lo menos un tiempo, de lo poco que me valoraste? Sería lindo
olvidarme de ti por todo un verano de paz y amor, ponerme hasta la madre parado
en el lodo, bajo la fría llovizna, mientras espero para irme a casa en
helicóptero, mientras levanto la vista al cielo, y este me enseña lo que es la
libertad, y un buen paisa me dice como sacrificar mi alma en una pira, y
procedo a recitar el más sano de los mantras: “me vale verga esa flaca”.
Una puberta llamada Lucy, sobrina del
callado, se quiso unir al cotorreo. Entró a la habitación comiéndose un
sándwich de mermelada de mandarina, se sentó junto a mí y me observó con esa
fabulosa mirada curiosa e inquisitiva, analítica, esa hermosa mirada que los
seres humanos perdemos con la supuesta madurez. Me dijo que algo en mí ya no
brillaba, y que debería brillar como diamantes del cielo. Me conto un choro muy
denso sobre su amiga la Rosa, harías buena pareja con ella, me dijo, es capaz
de dar tanta luz y tengo miedo que se apague porque nadie le da luz a ella.
Rosa no es materialista, pero es tan divertida, que ya peda, le canta a dios pidiéndole
que le compre un Mercedes Benz, y que no le dé nada a la bola de ojetes de sus
malos amigos. Tan humilde que le pide a dios que haga su obra en ella, que le
quite lo pendeja, le mande el verdadero amor y la haga mejor persona. Y quizás,
si ella fue la que falló, te dirá que será feliz de admitir sus errores si la
enseñas a mejorar para ti. Si te vas, ella será quien te pida que vuelvas. Te
enseñará a ver lo hermoso que es el verano, lo bello de ese tiempo, que tu
madre es bella, y que puedes abrir tus alas y volar a donde quieras.
Lucy dibujó un taxi sobre un papel
periódico, en la placa apuntó un número, y antes de que Olivia la tomara por la
oreja para llevarla a su cuarto me lo dio en la mano, búscala, me dijo. Quise
tomar la máquina del tiempo del profeta mientras Lucy sonriente me guiñaba el
ojo y Olivia se la llevaba. Era obvio que la máquina del tiempo, la Tardis de
color verde se había ido con la chica del sándwich de mermelada de mandarina.
Me levanté y me despedí de la banda.
Olivia me acompañó a la puerta, se paró junto a mí y puso sus manos sobre mis
hombros.
— Algún día rescatarás a tu princesa de su
dragón, y esta vez no será para alguien más.
Sonreí y me alejé. Me di cuenta de que,
aunque algún día llegaría a conocer a la Rosa, a cualquier rosa, o a mi muy
particular rosa, aún no podía ni quería hacer lo necesario para lograrlo. Aún
no era justo para mí, tenía que seguir aquí, siendo un héroe alcohólico que quiere
nadar como delfín, siempre evitando a los que me quieren convidar a tanta
mierda, porque así soy de necio, y tú… tal vez nunca cambies, nunca tratarás de
complacerme o de que el cielo cambie de color solo para mí, aunque solo a mí me
gustes tal y como eres. Y creo que a nadie más, pues solo yo no quiero
cambiarte para poderte amar.
¿O sí?
FIN