EL TACKLE
¿Cómo
le dices a tu hijo de seis años que tienes miedo? ¿Cómo le explicas cuanto te
pesan las hombreras? Hubiera querido madurar, sentar cabeza diez o cinco años
antes. Le podría hablar con la verdad, decirle que, probablemente, sea mi
última temporada, explicarle que a los cuarenta es un milagro que me
extendieran el contrato una temporada más. ¿Cómo le dices a tu hijo de 6 años,
que su padre, de dos metros cinco y ciento veinte kilos está a punto de
derrumbarse?
¿No
sé cómo lidiar con las ganas de renunciar cada vez que el coach me manda a
golpear?
—
Soy guardia.
—
¡Me importa un puto carajo! ¡Hay que pegarle a ese linebacker que nos está
haciendo mierda!
Vamos
Harvey, pégale al linebacker, tú puedes, no importa que sea una segunda
selección que podría ser tu hijo, y que pega como la maldita suegra de satanás.
Termina
el partido, y para ti, no hay prensa, no hay flashes, no hay fanáticos. Al
iniciar el partido el público nos mira a todos, se emocionan con el humo, la
música, las porristas; el estadio gritando el nombre del equipo nos deja sordos.
Al final solo miran al mariscal, al receptor, al corredor, o al esquinero que
interceptó, o si perdemos, llenan de insultos al coach.
Logro
arrastrarme solo y lento al vestidor. A veces la mueca se vuelve sonrisa,
imagino que en la entrada del foso habrá un niño que me verá con ojos muy
abiertos, no sé si de miedo o asombro, y me cambiará su helada coca cola por mi
sucio y sudado jersey. El niño corre imaginando que es el jugador, el jugador
arrastra los pies al vestidor.
Incluso
el ruido empieza a cansarme, a molestarme, el olor del sudor, las toallas volando
de aquí para allá, las bromas, bueno, a veces me hace sonreír una buena broma,
pero... ¿Cuándo fue la última vez que hice una broma en el vestidor? ¿Cuándo
fue la última vez que le di un toallazo a un compañero? ¿Por qué ya nadie me da
toallazos?
Me
ducho, con calma, me visto, con calma, aunque quisiera salir corriendo a mi
casa, a mi esposa, a mi hijo. El dolor no me deja apurarme.
Estaciono
el carro y bajo, lentamente. Mi hijo escuchó el ruido del carro, ya esta en la
puerta, lo veo correr hacia a mí extendiendo los brazos.
—
¡Papi! ¡Jodiste a ese linebacker!
Lo
miro con severidad, quisiera levantarlo por los aires y decirle: Si hijo, le
partí su madre a ese maldito linebacker, lo jodí, aunque estuviera muerto de
miedo y dolor, aunque tronaran cada uno de mis malditos huesos. Y lo hice por
ti, porque eres lo único que me impide renunciar y mandar todo al demonio.
—
¿Qué fue lo que hablamos sobre las malas palabras, jovencito?
¿Cómo
le hago para llorar hacia adentro cuando lo veo bajar apenado la mirada y
decir?:
—
Disculpe señor, no volverá a suceder.